Por Montserrat Pérez Bonfil, escritora
¿Eres de los que piensa que una palabra grave es aquella que trae muy malas noticias? Si es así, seguro has borrado de tu memoria aquellos ayeres en los que tu maestra de tercero de primaria dividía las palabras en sílabas para explicarte las reglas de acentuación y puede que hoy sea un total misterio para ti el uso de las comas. Entonces te pregunto: ¿cuán importante crees que sea para tu desarrollo profesional saber redactar correctamente?
Desde hace casi cinco años soy profesora universitaria, enseño Redacción. Cada semestre veo aparecer ante mí multitud de rostros apáticos: los que creen que la redacción no tiene nada que ver con el diseño, con la mercadotecnia o con la ingeniería. Pero también encuentro gente emocionada, ávida de aprender, de leer, de escribir, de adquirir herramientas que faciliten o mejoren su comunicación escrita.
Vivimos en una época en la que nos pasamos prácticamente todo el día leyendo y escribiendo: mensajes de whatsapp, Messenger, mails y tweets inundan nuestras pantallas a cada minuto pero eso no significa que lo estemos haciendo bien. A pesar de que todos, o la mayoría de nuestros procesadores de texto cuentan con un corrector ortográfico, escribimos mal. Y esto se debe a una de dos: confiamos en la tecnología porque no tenemos el conocimiento o simplemente no nos importa.
Alguna vez una alumna me entregó un trabajo con más de 40 faltas de ortografía. Su respuesta cuando se lo hice ver fue: “cuando escriba para una revista alguien me va a corregir todo lo que esté mal, así que no me importa.” En su panorama no existía la opción de que si para cuando se titulara continuaba con este mal hábito, no lograría que la contrataran.
En agosto de 2015 el Instituto Nacional para la Evaluación (INNE) encontró que no sólo los estudiantes mexicanos de educación básica cometen errores a la hora de escribir, es un mal que se extiende hasta la educación superior: incluso estudiantes de posgrado a nivel doctorado hacen uso incorrecto de las reglas gramaticales básicas.
Y bueno, sí, ya nos sentimos avergonzados, pero ¿cómo cambiamos un hábito que llevamos arrastrando desde la infancia?
Primero que nada, debemos erradicar la idea de que una expresión oral o escrita de calidad es exclusiva de periodistas, escritores y académicos. No importa a qué te dediques, si alguien recibe un e-mail tuyo mal redactado, es probable que su opinión sobre ti se cimente sobre un terreno desfavorable. En términos prácticos, equivale a presentarte con los zapatos enlodados a trabajar. No importa qué tan elegante y caro sea tu outfit, si está mal planchado y sucio, nadie apreciará su magnífica confección. O sea, es poco probable que el lector logre apreciar la genial idea que yace bajo un texto descuidado.
Aquí tienes unas cuantas recomendaciones básicas para encaminar tu escritura hacia el camino de la comunicación asertiva:
- La lectura, además de enriquecer nuestro mundo interno, amplía nuestra cultura y vocabulario. Leer nos da las herramientas para lograr hacer construcciones gramaticales simples y complejas sin cometer errores. Así que, es momento de desempolvar los libros y darle vida a las historias que los habitan.
- La mejor manera de aprender y mejorar una tarea es llevarla a cabo. No tienes que escribir el próximo Best Seller, pero puedes empezar un diario. Si haces esto descubrirás algo mucho más profundo: el expresar nuestras emociones por escrito pone en orden nuestra vida y es un camino hacia la sanación. Además, pondrás en práctica lo que más adelante proyectarás al mundo.
Si de plano lo tuyo no es escribir diarios, cuentos ni nada por el estilo, te recomiendo que cada vez que escribas un mensaje a través de las redes, lo hagas cuidando cada detalle.
- Lee en voz alta lo que escribas. Cuando recomiendo esto a mis alumnos, invariablemente percibo un “no estoy loco(a)” generalizado en el ambiente, pero este consejo tiene una razón de fondo. Nuestros cerebros son máquinas increíbles capaces de corregir errores sin que se los pidamos, debido a esto, no importa cuántas veces revisemos en silencio nuestro texto, nuestro cerebro corregirá los errores y las faltas se quedarán plasmadas en lo escrito. Pero cuando leemos en voz alta, le quitamos el poder a nuestro corrector automático cerebral y logramos escuchar en viva voz si algo se escucha raro o repetitivo; si debemos agregar una coma o si nuestro párrafo es terriblemente largo y aburrido.
Entonces, no importa que parezcas merolico, siempre que escribas un texto —sobre todo uno importante— entona las palabras y verás cómo tu texto se transforma.
Pon en práctica estos tres consejos básicos y siempre que tengas dudas sobre una construcción gramatical, la conjugación de un verbo o la ortografía de una palabra, consulta tu duda en la red, en la página de la Real Academia de la Lengua Española o en alguno de los muchos manuales de redacción.
Y ahora, ¡a escribir!