Por Iliana Balderas, especialista en Recursos Humanos
Pocas veces se hace conciencia sobre cómo las emociones pueden contagiarse (cual enfermedad) en el entorno laboral. Pero Inevitablemente sucede. Los psicólogos conocen este fenómeno como el contagio social. Y es importante tenerlo en cuenta para conocer sus consecuencias y beneficios.
Primero, habrá que hacer una distinción importante para efectos prácticos de este artículo: las emociones son positivas o negativas de acuerdo al placer o sensación de desagrado que se experimenta en el cuerpo.
¿Cómo es que se da el contagio de emociones? Los seres humanos tenemos una capacidad innata para imitar los gestos y el humor de la gente que nos rodea. Es así como los bebés y niños de hasta 3 años aprenden a distinguir y asociar las palabras con el lenguaje corporal. Esa habilidad siempre está ahí e incluso los micro movimientos en los músculos de la cara brindan información al cerebro.
Un ejemplo de contagio de emoción negativa se puede hacer evidente cuando se ingresa a una oficina dónde el jefe está sentado con un rostro serio o cuando habla en tono firme, postura tensa, puños cerrados, y pide que se cierre la puerta y comienza a gritar porque el reporte no quedó en tiempo y no da lugar a explicaciones… de inmediato una sensación de tensión comienza a invadir el cuerpo de la persona que recibe el reclamo. Entonces se disparan una serie de respuestas grabadas en la memoria inconsciente. Esto es conocido como el efecto achoo! (como el sonido del estornudo), el cual es descrito con mayor detalle en el libro Profit from the positive de Greenberg y Maymin.
Y ahí no queda el efecto del suceso descrito: cuando sale el “regañado” y regresa a su lugar de trabajo, la posibilidad de que su estado emocional sea de tristeza, frustración o enojo, es alto. Este estado influenciará en su desempeño, al menos ese día. Sin entrar en detalles, cuando las emociones negativas “nos invaden”, nuestro cuerpo produce sustancias que hacen que no se vean posibilidades u opciones para solucionar, se entra en una especie de campo visual o atención limitada, entonces los errores abundarán en la elaboración de nuestras tareas.
La afectación continúa hacia los compañeros que interactúan con la persona regañada, ya que el desahogo que provoca la emoción negativa se dirige hacia ellos, con respuestas en tono de molestia, con actitudes de desprecio y de no colaboración, entre otros.
No se puede evitar sentir emociones negativas pero, aunque son desagradables, tienen una parte positiva, puesto que brindan la posibilidad de señalar límites, corregir, reflexionar, apreciar, etc.
Una persona con inteligencia emocional desarrollada podrá gestionar las emociones negativas de tal manera que el resultado sea una ganancia; la parte más difícil es cacharse en ese momento y hacer una pausa de segundos para darse cuenta que la razón debe entrar en acción.
Por otro lado y para tranquilidad de todos, las emociones positivas se contagian también, y son capaces de generar un ambiente cordial, ya que podemos compartir el gusto por las labores tenemos asignadas, además es tierra fértil para la creatividad, implementación de ideas y el buen humor.
Regresemos a la oficina del jefe pero ahora encontramos que recibe a nuestro compañero con una gran sonrisa y saludo de mano, y le dice: «Te felicito por entregar los reportes de fin de año con anticipación y con el debido cuidado y análisis para poder tomar decisiones acertadas de inversión, ¡Buen trabajo!»
Entonces, ahí viene nuestro compañero con una gran sonrisa a su lugar y mientras hace algunos comentarios chistosos en su camino, va regando risas. De repente ve que una de sus colegas tiene dificultades para terminar su proyecto, así que se acerca y ofrece su ayuda.
Es otra historia ¿Verdad? Lo importante es saber gestionar las emociones y también saber que la emoción tiene un impacto en los que nos rodean.